viernes, 3 de agosto de 2018

La triste moraleja detrás de God of War



Los primeros minutos de God of War marcan perfectamente cuál será el tono de la obra.


Tras instarnos a realizar un pequeño QTE para talar un tronco, Kratos observa sus muñecas a las que antiguamente se solían engarzar las cadenas de las espadas del caos, y se obliga a si mismo a seguir adelante junto a su hijo Atreus en un mundo que de manera instintiva quizás; refuerza constantemente la idea de que es un ente extraño a esas tierras.

 El Fantasma de Esparta, antaño famoso por su visceralidad y furia desmedida en el campo de batalla, de repente ha pasado a ser padre. Ya no destripa a sus rivales, ejerce una violencia pragmática, no se deja llevar por la lujuria, intenta enseñar a su hijo como autocontrolarse y al mismo tiempo el también debe autocontrolarse y pese a ello, en el fondo todos podemos apreciar a ese demonio violento que está deseando escapar a la superficie. God of War es la historia de un hombre que trata de escapar de su propia naturaleza.

 No importa que Kratos ya no viva en Esparta; no importa que haya enterrado las espadas del Caos; no importa que trate de controlar su ira; no importa que ahora trate de ser un buen padre. La triste moraleja detrás de God of War es que por mucho que trate de huir y aparentar ser lo que no es:

 Kratos seguirá siendo calvo

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